viernes, 27 de diciembre de 2013

El cantar del lobo XVIII


   Disponía de varias horas antes de que descubrieran que no se encontraba en el castillo. La señora Ticken sería la primera en dar la voz de alarma. Estimaba a la buena mujer, pero no tanto como para confiarle su verdadera identidad. Además, si ignoraba quién era, su vida no correría peligro. Con su forma animal alcanzaría mucho antes las tierras de Arrow. Se detuvo un instante para recuperar el aliento y en mitad del bosque aulló a una luna rojiza. 

Muy cerca de dónde se encontraba Adele el nuevo señor de Arrow no tenía muy claro qué y cómo hacer sus deberes de lord. Kendrick se sentía incómodo vestido de aquella manera tan propia de la corte y no con sus ropas de soldado. La vieja espada, regalo de su padre y que le había acompañado en más de una batalla, había sigo desterrada por una flamante pero inútil arma. Mal equilibrada y pesada que, antes de desenvainarla, cualquiera tendría tiempo de asestarle una puñalada en el corazón. Kendrick miró el plato repleto de carne. El asado desprendía un olor muy apetecible, sin embargo, las miradas desconfiadas, afiladas e incluso iracundas del resto de comensales le habían quitado las ganas de comer. El maestre se acercó y le susurró algo al oído. Kendrick se puso en pie con el rostro enfurecido. Quién hubiera cometido aquel descabellado crimen lo pagaría con la vida.
Todos los asistentes a la cena enmudecieron cuando el nuevo lord Arrow salió de la sala seguido por un maestre presuroso. 
Kendrick empujó la puerta de las caballerizas con una patada. El olor de la sangre asustaba a los caballos y los mozos se apresuraban a sacar a los animales de sus cubiles. El capitán observó los ojos vidriosos de aquel hermoso lobo que parecía mirar el infinito mientras sus intestinos se habían extendido como una alfombra por el suelo.  El matarife no se había conformado con atravesar el animal con una lanza, además, lo habían destripado. Kendrick conocía bastante bien a su primo como para no sospechar de él, pero nadie lo había visto y no podía acusarle. Todo el mundo lo tomaría por un loco rencoroso. Solo se trataba de un lobo, cada día mataban a centenares de ellos en los bosques de Colinas Grises, pero aquel lobo era el lobo de la princesa Adele y supo que cuando ella se enterara de su muerte, no solo la sangre de ese animal se vertería en sus tierras. Sacó su espada y la lanzó al suelo, después gritó a uno de los mozos:
   –¡Chico! ¡Tráeme mi espada! –El muchacho lo miró sin comprender ya que lord Arrow disponía de una–. ¡Ahora! –El rostro de Kendrick no aconsejaba demorarse en el encargo, así que el muchacho soltó el cubo que sostenía y salió corriendo de las caballerizas. Dos minutos más tarde, el capitán envainaba su vieja espada y vestía las viejas ropas de capitán. Miró una última vez al lobo y se giró despacio para dirigirse al castillo. 
Se sentó de nuevo ante sus comensales, quienes no dejaban de murmurar sobre lo que había pasado. Kendrick con un gesto pidió que le llenaran varias veces la copa de vino. 
   –¡Marchaos! –gritó apesadumbrado. Ante la muestra de escepticismo de sus invitados exclamó–: ¡Por la tumba de Creim! ¡Dejadme solo o juro que esta noche no solo se verterá la sangre de ese lobo!
Todos se apresuraron a irse, aunque nadie comprendía la actitud del joven lord, ninguno de ellos se quedaría para averiguarlo.
Kendrick llamó con un gesto a uno de los sirvientes, el chico llenó su copa, el joven lord colocó la espada sobre la mesa y supo que le esperaba una larga noche.